Por: Frank Núñez | 21 December 2015, 12:01 AM
Un sacerdote en la línea de fuego, podría ser la frase precisa para describir la experiencia del cura José A. Moreno, quien se vio atrapado en la zona constitucionalista desde el día que estalló la revolución el 24 de abril de 1965, viviendo los enfrentamientos entre los rebeldes y las tropas interventoras de los Estados Unidos durante cuatro meses.
El libro El Pueblo en Armas: Revolución en Santo Domingo, narra con pelos y señales la precaria y riesgosa vida en la Zona Colonial y Ciudad Nueva, área donde se hicieron fuertes los revolucionarios encabezados por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, bajo el acoso permanente del ejército más poderoso de la tierra.
Con motivo del 50 Aniversario de la gesta patriótica del 1965, la comisión creada por el Presidente Danilo Medina auspició la cuarta edición de la obra de Moreno, quien por su condición de sociólogo y filósofo llegó a impartir cátedras en universidades de los Estados Unidos. La publicación cuenta con el aval de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y la Academia Dominicana de la Historia.
Probablemente por ser un estudioso de la sociología, Moreno se detiene en detalles del diario vivir, matizados por la incertidumbre de una vida en zozobra, donde el escapar a la muerte era la más apreciada aventura.
El autor se sintió como pez en el agua con los rebeldes
El autor se sintió como pez en el agua con los rebeldes
Moreno revela que como investigador, siempre lamentó el no haber podido estar presente en su patria cuando se inició la Revolución Cubana en la Sierra Maestra, liderada por el doctor Fidel Castro Ruz. El poder encontrarse en los barrios coloniales como sacerdote en 1965, le permitióvivir la experiencia que no tuvo en Cuba.
“En 1965 se me presentaba la oportunidad de observar y tal vez de participar en los hechos de una nueva revolución; y yo no a desperdiciar esta segunda oportunidad. No fue solo curiosidad científica lo que me llevó a tomar un rol activo en estos acontecimientos, sino que sentí una obligación hacia la comunidad, de ayudar en lo que fuera posible a resolver la crisis nacional”, dice el autor en el primer capítulo, donde se define como un “observador participante”.
No oculta que en el día a día, pese a su condición de religioso extranjero que llegó al país con el objetivo de concluir investigaciones para recibirse de doctor en sociología, terminó identificándose con los rebeldes que demandaban el retorno a la constitucionalidad sin elecciones. Los médicos y las enfermeras que tenían que curar los heridos en combate y a la población civil fueron, según resalta, su mayor motivo de solidaridad.
“Siendo el español mi lengua materna, no tuve ninguna dificultad en identificarme con los dominicanos. Y el hecho de elegido trasladarme a la zona rebelde para vivir con ellos cuando los marines norteamericanos los habían rodeado, indicaba claramente mi afinidad con la causa rebelde”, afirma.
No obstante, reconoce que no fijó ninguna posición de manera pública, con el objetivo de mantener su imagen de neutralidad y poder gestionar ante las agencias internacionales de cooperación comida, medicinas, ropas y otras vituallas que escaseaban en la zona.
“Durante cuatro meses viví con los rebeldes, compartí sus sentimientos, ansiedades, prejuicios, temores y deseos. Traté de tener la suficiente empatía como para captar los procesos ideológicos y psicológicos que estaban ocurriendo”, indica, lo que le resultaba una novedad “porque yo no había sufrido hambre, injusticia, opresión, inseguridad ni destitución”.
Moreno se sirvió para su libro de una amplia documentación producida durante los meses de combate, partiendo de las ediciones de los periódicos El Caribe y Listín Diario del 25 al 28 de abril de 1965, que se referían casi exclusivamente de los sucesos revolucionarios.
También, el libro se nutre de las colecciones enteras de los periódicos rebeldes Patria y La Nación, que según refiere, se publicaron diariamente durante la revolución y “se vendían rápidamente a través de la ciudad, dado que eran los únicos periódicos en Santo Domingo, con la excepción de un pasquín conservador de muy poca circulación”.
Cinco tipos de rebeldes, según Moreno.
El autor de El Pueblo en Armas: Revolución en Santo Domingo, hace una tipología de cinco exponentes de la rebeldía dominicana, que van desde idealistas, acomplejados, rebeldes profesionales, aprovechados, e hijos de Machepa.
Los idealistas son personas que quieren hacer cosas o lograr metas más allá de las posibilidades de sus iguales, pero también “implica la connotación de altruismo”. Los acomplejados tenían un pasado familiar del que buscaba desprenderse con el heroísmo revolucionario, por ejemplo, aquellos que provenían de familias ancestralmente trujillistas.
“Los rebeldes profesionales tenían naturales habilidades de liderazgo, un considerable grado de machismo (coraje, rudeza y empuje físico) y además eran altamente autoritarios. No tenían una ideología formal clara en materias políticas o económicas, pero estaban profundamente resentidos por los abusos del poder y por la corrupción del orden establecido”, así describe Moreno al tercer tipo.
Agrega que los rebeldes profesionales “recibían apoyo de las masas con las que vivían y por las que tenían un profundo sentimiento de compasión y compenetración”. Otras características de los rebeldes profesionales es que no organizaron la revolución sino que se integraron a ella y terminaron “por estar totalmente identificados con la revolución y se convirtieron en figuras dominantes, al menos durante el período de la lucha real”.
De acuerdo con Moreno, el rebelde aprovechado, o cuarto tipo, fue un grupo relativamente pequeño “que se unió a la revolución por la emoción de agarrar un fusil y para aprovecharse de la desorganización de los primeros momentos de la revolución”. Dice que “estos hombres tenían pocos motivos ideológicos para unirse a la revuelta, a pesar de que un alto grado de alienación era también común entre los hombres de este grupo”.
Entre el tipo de los aprovechados abundaban los que tenían antecedentes criminales, de raterismo, peleas, juego y prostitución. “Al estallar la revolución, muchos tígueres y prostitutas se unieron a las turbas para asegurarse armas. Pero en lugar de ir a luchar al frente, merodeaban por las calles provocando incendios y haciendo saqueos”, concluye sobre el tipo aprovechado.
El quinto tipo, el hijo de Machepa, pertenecía “a los grupos de ingresos más bajos; muchos eran analfabetos y crónicamente desocupados; la mayoría de ellos provenía de los barrios altos, lo cual los hacía geográficamente segregados y socialmente alejados del resto de la República Dominicana”.
Para entender la visión de Moreno sobre el tipo hijo de Machepa, hay que observar que los describe como personas sin convicciones ideológicas, que se sumaron a la revolución por mero instinto gregario, enardecidos por el curso de los acontecimientos.
La participación del “tíguere dominicano” en la Revolución
Pocos dominicanos sabían que en la zona revolucionario se fundó el Club de los tigres, bajo la orientación de un sacerdote de nombre Tomás Marrero, integrados por jóvenes que se dedicaban a todo tipo de travesuras en la zona rebelde.
Los muchachos bellacos provenían de los barrios de San Miguel y el Jobo, y después de ocupar un local de la Policía que había sido abandonado, decidieron robarse un cartel de la estación de gasolina Esso, que se identifica con la imagen de un tígre gigantesco.
Sin embargo destaca que de “vez en cuando los muchachos volvían a sus viejas costumbres, rompiendo ventanas o peleando con otras bandas”.
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